martes, 27 de abril de 2010

Mi mundo, tu mundo.



Es pequeño, porque no me gustan los lugares en los que me pueda perder. Me da miedo perderme. Siempre hace calor, no me gusta el frio. Pero no es un calor agobiante, no, es un calor agradable, que invita a estar con falda y manga corta, a cerrar los ojos y dormirme en un rinconcito.

 Tiene muchos colores, uno para cada momento y todos para mi. Para compartir, o para disfrutarlos sola. Porque sí, en mi mundo sí que existen. También hay burbujas de jabón, de todas las formas y tamaños que pueda imaginar. Tan pequeñas que hagan cosquillas y tan grandes que pueda meterme dentro. Además, huelen muy bien, como a colonia de Halloween.

¡Y chocolate! Caliente o en helado, pero siempre delicioso. Montones de chocolate para disfrutar en cualquier momento, y transformarlo en un choco-momento. Nunca faltan las palomitas de maíz ni los quesitos. Y para beber, agua fresquita.

Las noches son mágicas. Los colores se vuelven más oscuros y las estrellas iluminan el lugar sin necesidad de nada más. Y tumbada en el suelo puedo dibujar con ellas todo lo que me apetezca. Porque es mi mundo, mi pequeño mundo.

¿Cómo es el tuyo?


 

martes, 13 de abril de 2010

Mascarada


Un año más salió a la calle con su vestido marrón y su máscara veneciana. Toda la ciudad estaba de fiesta. Por todos los rincones sonaba una música que hipnotizaba a todo aquel que la escuchaba, transformando el lugar en un gran baile bajo las estrellas. Sus tacones tarareaban las melodías mientras ella se dejaba llevar por los bailarines que salían a su paso.

En aquella mágica noche era imposible reconocer a nadie. Las personas de la ciudad se transformaban en almas danzantes, anónimas, y bajo la seguridad de sus máscaras sacaban de lo más profundo de su ser las emociones que al día siguiente se verían obligados a reprimir.

Pero no era esto lo que ella buscaba en realidad. Entre vueltas y abrazos, apretones y más vueltas ella esperaba. No sabía exactamente el qué, pero lo esperaba. Esperaba el momento en el que la mano que la agarrara no fuera una mano más.  Un movimiento, un gesto, algo casi  imperceptible. Esperaba el momento en el que, como cada año en esa misma noche, su mirada se cruzara con la suya, y bajo su máscara pudiera verlo sonreir. Y sonriendo ambos seguirían bailando bajo el vertiginoso ritmo de la música hasta que la canción se acabara y volvieran, una vez más, a perderse entre la multitud. Tal vez para siempre. Hasta el año siguiente.

Y es que en la eterna mascarada que es la vida, cada uno tenemos la máscara que nos hemos pintado. Y bailando al ritmo que el tiempo nos marca, sin un momento de descanso, son los guiños bajo la máscara, imperceptibles para el resto del mundo, lo que en un momento dado hacen que la persona con la que bailas deje de ser una más.


Y es que las máscaras desaparecen cuando descubres lo que hay debajo...